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La cubierta inclinada: de cobijo natural a imposición formal

presentación
Protegerse del agua precipitó la búsqueda de la primera defensa del hombre frente a la naturaleza. La forma más elemental de este cobijo primigenio consistía en unas cuantas ramas y pieles, elementos a los que se podía acceder con facilidad. La cocción de la arcilla o el corte de la piedra constituyeron el siguiente paso: por medio de la pendiente y la superposición o el solape de piezas –la forma básica de unión–, quedaba garantizada una cubierta perdurable y capaz de conducir las aguas hasta los puntos más bajos, para su recogida y posterior evacuación.
Estos materiales iniciales, cerámica y piedra, se han mantenido prácticamente sin cambios a lo largo de la historia; sólo su disposición y pendiente han sido objeto de pequeñas modificaciones. Y aunque la aparición del vidrio o algunos metales ligeros, con uniones que permiten reducir la inclinación del plano, han conseguido transformaciones significativas en el planteamiento de la cubierta, hay que subrayar que la utilización de estos nuevos materiales no ha sido consecuencia de un desarrollo tecnológico específico de la cubierta, sino que su empleo es subsidiario de las aportaciones logradas en la fachada.
Por el contrario, el remate de cumbrera y el alero son puntos que sí han variado de forma notable, aunque sin ofrecer un desarrollo lineal; en realidad, es únicamente la cornisa, el elemento que la cubierta comparte con la fachada, el componente que podría vincularse a una evolución estilística.
Por otro lado, las intersecciones de la cubierta con chimeneas o lucernarios no se han desarrollado con excesivo cuidado desde el punto de vista formal, al ser de difícil acceso e imposible visión, a pesar de que se trata de elementos que han condicionado radicalmente la evolución del espacio cobijado1 y de que han requerido las más difíciles soluciones constructivas de la cubierta.
Las soluciones de cubierta inclinada responden, por un lado, a su material de cobertura y, por otro, a su estructura, que se concibe de forma completamente distinta a la del resto de las plantas. En este sentido, la necesidad de aportar la pendiente de la forma más natural posible implica que la techumbre llega en ocasiones a formalizarse casi como un edificio autónomo sobre otro.
Precisamente es la estructura la que ha sufrido mayores cambios a lo largo del tiempo. De su progresión en la cultura occidental, dirigida hacia la construcción de contenedores cada vez mayores, dan cuenta momentos tan importantes como la definición del templo griego, la aparición de la basílica latina, la evolución de las catedrales románicas y góticas, la necesidad de cubrir grandes espacios fabriles, etc. Es probable que, en la actualidad, la mayor ocupación de espacio cubierto se dé en los casos de cultivos protegidos (los invernaderos), en los que quizá no se haya conseguido aún generar una solución que sea acorde con la singularidad de la operación.
Pero el aporte tecnológico no siempre se produce para conseguir mayores luces, en algunos casos el objetivo es lograr un espacio espectacular y en determinadas ocasiones se han creado cubiertas con un doble orden: uno que responde al exterior y otro al interior.
La cubierta inclinada, por otro lado, ha evolucionando de forma natural hacia una separación por capas, desligando la que protege del agua de la que aporta protección térmica, con un espacio de ventilación entre ambas que seca las posibles filtraciones y actúa como regulador térmico; sin embargo, en la actualidad este proceso lógico parece trastocarse al emplearse un único elemento que atiende a todos los requerimientos, en parte debido a un planteamiento eminentemente especulativo de la construcción.
Es asombroso cómo la fachada y la cubierta –inclinada– parecen seguir en el momento actual caminos opuestos: la primera, con gran parte de la tecnología de la construcción centrada en aportar soluciones que mejoren la fachada ligera, con especialización por capas y ventilada; y la segunda, transformando un elemento vital como es el desván ventilado en espacio habitable en la mayoría de las ocasiones sin un planteamiento riguroso de las exigencias mínimas de la cubierta y despreciando, en gran medida, los nuevos materiales y soluciones que existen a su alcance.

1. El libro La arquitectura del humo de Yago Bonet (Edicios do Castro, A Coruña, 1994) analiza cómo condicionó la configuración de la vivienda el hecho de no tener un conducto específico para el humo y éste se evacuaba a través de la permeabilidad de la propia cubierta.