Nuestros proyectos siempre han estado dirigidos por el convencimiento de que la calidad de nuestro entorno influye directamente en la calidad de nuestras vidas, sea en el lugar de trabajo, en casa o en los espacios públicos que construyen nuestras ciudades. Este énfasis en la dimensión social viene de saber que la arquitectura ha sido generada por las necesidades de la gente, tanto espirituales como materiales. Consecuencia de esto es la voluntad de aceptar el reto de buscar respuestas y soluciones.
Echando la vista atrás me doy cuenta de que nuestra actividad ha estado inspirada por dos principios opuestos: análisis y acción. Esto significa hacer las preguntas adecuadas unido a una insaciable curiosidad sobre cómo funcionan las cosas, sean organizaciones o sistemas mecánicos. Y significa no aceptar nada como seguro e intentar siempre una verificación en profundidad. Esto se debe en parte por la fascinación por investigar, por volver a los principios para ver si existe la oportunidad de inventar, o re-inventar, una nueva solución. La búsqueda de la calidad incluye la prestaciones físicas de los edificios: ¿qué tal se mantendrán en un mundo tan volátil? ¿Sobrevivirán o se volverán obsoletos? ¿Hay en sus planteamientos anticipaciones a necesidades que todavía no estaban definidas cuando fueron construidos? Sólo el tiempo lo dirá y por eso proyectamos edificios que sean flexibles y capaces de adaptarse a los cambios.
Para mi la mejor solución de proyecto integra los aspectos sociales, tecnológicos, estéticos, económicos y ambientales.
En las últimas décadas hemos sido testigos de un cambio de actitud ante la ecología y el consumo energético. En muchos de nuestros proyectos anticipábamos esta tendencia y hemos sido pioneros a la hora de plantear soluciones en las que se utilizaban fuentes energéticas totalmente renovables que limitan el consumo de recursos naturales y reducen de manera radical la contaminación. Ejemplos que no se han limitado a los proyectos de arquitectura; en colaboración con la industria hemos creado una nueva generación de aerogeneradores, sistemas de revestimiento que captan energía e incluso un vehículo solar.
Además de investigar en tecnologías punteras para encontrar las soluciones más apropiadas, también buscamos inspiración en tradiciones olvidadas, como puede ser el uso de ventilación natural o cómo hacer que la luz natural refleje e ilumine un espacio interior.
Hay muchas veces puntos de encuentro entre la dimensión ecológica de un edificio, que es mensurable, y la dimensión poética de la arquitectura, más difícil de cuantificar. Por ejemplo, en Stansted, si la luz del sol motea el suelo a determinada hora del día se debe a una decisión consciente de que la luz del sol fuera un elemento esencial de ese interior. Fue una solución estudiada y modelada a conciencia, producto de la pasión por la humanización del edificio.
Los factores medioambientales afectan a la arquitectura en todos sus niveles. La edificación consume la mitad de la energía utilizada en el mundo desarrollado, y un cuarto lo consume el transporte. Los arquitectos no pueden resolver todos los problemas ecológicos del mundo, pero podemos diseñar edificios que funcionen consumiendo una fracción de los niveles de consumo de energía actuales y también podemos influir en los patrones de transporte a través del urbanismo: la ubicación y función de un edificio; su flexibilidad y previsión de vida útil; su orientación; su forma y estructura; sus sistemas de calefacción y ventilación, y los materiales utilizados, suponen un impacto sobre la cantidad de energía necesaria para la construcción, el funcionamiento y el mantenimiento del edificio, y para desplazarse hasta él o desde él.
La arquitectura sostenible no tiene sólo que ver con el diseño de edificios individuales. Hay una relación directa entre densidad urbana y consumo de energía. Las ciudades de menor tamaño y densidad fomentan por sí mismas el uso de la bicicleta o su recorrido a pie. Las ciudades con mucha densidad lideran la mejora de calidad de vida cuando la vivienda, el trabajo y los servicios están cerca unos de otros.
Como arquitectos muy pocas veces tenemos la oportunidad de influir en el entorno urbano a gran escala, en el plan general de una ciudad o de un barrio, pero podemos mejorar el diseño urbano a un nivel local insistiendo en la necesidad de desarrollar proyectos de uso mixto.
En el pasado, el carácter devastador de la industria pesada fue responsable de políticas urbanas segregadas, pero hoy en día la naturaleza ‘limpia’ de muchas de las actividades laborales de la era postindustrial permite que los lugares de trabajo puedan convivir con viviendas y comercios y crear así nuevas comunidades.
En el proyecto que desarrollamos en Duisburg, en el antiguo cinturón industrial del Ruhr, demostramos que ese tipo de ciudades podían revitalizarse introduciendo un nuevo tipo de actividad industrial que se localice junto a viviendas y colegios, e incluso creando un gran número de espacios verdes en el proceso.
Además hemos demostrado que este tipo de edificios pueden tener sensibilidad ecológica y esforzarse por alcanzar metas sostenibles. En los edificios del Microelectronic Park desarrollamos la tecnología necesaria para extraer calor del sistema de climatización y convertir el agua caliente en fría, utilizando una planta de refrigeración por absorción, para enfriar el edificio en verano.
La capacidad de adaptarse a nuevos usos es una de las herramientas más importantes en la arquitectura sostenible. Los patrones de los espacios de trabajo se han hecho mucho más flexibles en las últimas décadas. No se puede predecir cómo va a ser el futuro desarrollo de estos espacios, pero sí podemos introducir la flexibilidad en la estructura de los edificios para que puedan seguir siendo útiles en cualquier otra circunstancia.
Por ejemplo, la sede de la empresa Willis Faber & Dumas, terminada a mediados de la década de los setenta, fue pionera en el uso del suelo técnico en edificios de oficinas, en una época en la que este tipo de suelos se utilizaba exclusivamente en las salas de ordenadores. Cuando la empresa tuvo que afrontar el uso extensivo de los ordenadores en sus oficinas, a mediados de los ochenta, se pudo llevar a cabo sin apenas molestias, y fue la única gran compañía aseguradora del país que no se vio forzada a trasladarse a un edificio completamente nuevo.
La inteligente legislación alemana sobre las condiciones de trabajo obliga a que todo trabajador disfrute de iluminación natural y de una ventana practicable, lo que promueve el diseño de edificios de oficinas con plantas de poca profundidad. Si en treinta años no hay tanta demanda de espacios de trabajo en Colonia, las oficinas podrán convertirse en edificios de apartamentos de una manera muy eficiente, evitando el derribo de este tipo de bloques, alternativa sin duda mucho más derrochadora.
En efecto, el ciclo imparable de derribar y volver a construir ejerce una presión muy fuerte sobre los recursos naturales y la utilización de la energía; en términos de sostenibilidad, la acción de derribar lo ya construido debería ser el último recurso. En el Reino Unido sólo en demoliciones se produce la increíble cantidad de 70 millones de toneladas de desechos. La construcción de edificios de nueva planta utiliza aproximadamente el 4% del total de la energía consumida en el país y genera 40 millones de toneladas de dióxido de carbón al año. Más del 60% de la energía y los recursos utilizados en la construcción se destinan a la estructura y al núcleo del edificio, por lo que el mantener la estructura de lo construido a través de la reconversión parece tener mucho sentido ecológico.
El consumo energético global es uno de los conceptos más importantes en cuanto a arquitectura sostenible. Dicho de un modo sencillo, un edificio engloba la suma de la energía usada para realizar todos sus componentes más la energía necesaria para su construcción. Cuanto más dure un edificio, mejor será los resultados de su consumo energético global. Esto parece ratificar la postura que aboga por el uso de materiales de calidad, para lograr más durabilidad. Pero es en este punto donde los cálculos numéricos del consumo global en la construcción se hacen más difíciles. Por ejemplo, la producción de aluminio requiere tal cantidad de energía que se ha considerado como un material no sostenible, pero un aluminio de gran calidad puede durar décadas sin mantenimiento alguno. Por otro lado, hay materiales menos elaborados que a primera vista pueden parecer más sostenibles, pero que tal vez necesiten repararse o incluso reponer algunas piezas en el mismo periodo de tiempo, provocando un consumo de energía mayor. En esta línea, la sostenibilidad puede situarse en un término medio entre la durabilidad y el placer que se siente al rodearse de elementos de calidad. La sostenibilidad no tiene porqué significar un mundo menos confortable o menos agradable.
La forma y la colocación de un edificio también pueden tener efectos drásticos en el consumo energético. Minimizar la envolvente produce resultados de máxima eficiencia en términos energéticos. El perfil del edificio para la Swiss Re, un cilindro que se ensancha a medida que crece desde el terreno y luego se estrecha hacia su coronación, responde a exigencias determinadas por el reducido tamaño del solar. El edificio parece menos voluminoso que un volumen rectangular convencional proyectado para la misma superficie; lo estrecho de su base reduce reflejos, mejora la transparencia y aporta luz natural a las plantas más bajas, y su remate en disminución minimiza la superficie reflectante. La estrategia medioambiental de las oficinas se centraba en una serie de jardines abiertos que se creaban haciendo seis incisiones triangulares en el borde de cada una de las plantas circulares (en plano, las plantas recuerdan la rueda de un coche). Cada planta rota respecto a la anterior, con lo que los jardines dibujan una espiral a lo largo del perímetro del edificio. Los jardines forman parte del sistema de ventilación natural del edificio, y su vegetación ayuda a oxigenar el aire.
La construcción en madera es una de las formas de construir más benignas desde el punto de vista medioambiental. La madera es un recurso completamente renovable, y aún más, absorbe dióxido de carbón durante su ciclo de crecimiento. El uso de la madera es sobre todo sostenible si se utiliza madera local, con lo que el consumo de energía necesaria para el transporte es mínimo o nulo.
Además de en la construcción, hemos estado trabajando en otras formas de generar energía no contaminantes. Con la compañía alemana Enercon hemos desarrollado aerogeneradores, y cada uno de ellos produce tanta energía como para cubrir el consumo de 1.200 hogares. La ingeniería de cada aerogenerador es innovadora pero también muy eficaz. A diferencia de la mayoría de los aerogeneradores, no tiene caja de cambios, el generador es accionado directamente por el rotor para que la energía cinética del viento se convierta directamente en corriente eléctrica regulada. Las pequeñas alas en las puntas de las palas del rotor –como los winglets en el ala de un avión– reducen el ruido aerodinámico y mejoran la eficiencia de la hélice.
Estas nuevas formas de generar energía pueden ganar en eficiencia si se integran en los sistemas de acondicionamiento de los edificios. El Reichstag en Berlín, por ejemplo, en vez de utilizar combustibles fósiles funciona con biodiesel reciclado –un aceite vegetal refinado que proviene de las semillas de girasol o de colza. Esto junto con el incremento del uso de iluminación y ventilación naturales ha rebajado en un 94% la emisión de dióxido de carbono del edificio, que además es capaz de almacenar y reciclar la energía sobrante, utilizando unos depósitos subterráneos estacionales.
El Reichstag produce ahora más energía de la que consume, lo que le permite funcionar como un generador local capaz de proveer de calefacción a otros edificios del barrio gubernamental. Si un edificio del siglo XIX puede pasar de ser un devorador de energía a una construcción tan eficiente que incluso es productora de energía, cuánto más fácil será proyectar edificios de nueva planta que tengan un uso responsable de los recursos.
Si la sostenibilidad es más que una moda pasajera, los arquitectos deberán hacerse una serie de preguntas básicas. Por ejemplo, por qué se sigue insistiendo en construir en terreno rural cuando todavía se puede reclamar espacio en nuestras ciudades; por qué se derriban edificios que se pueden recuperar de una manera sencilla para otros usos; por qué nos basamos en la iluminación artificial cuando se pueden proyectar edificios llenos de luz natural; y por qué se continúa dependiendo tanto de sistemas de aire acondicionado que derrochan energía en lugares en los que bastaría con abrir una ventana.
Este texto es extracto de la conferencia
Architecture and Sostenibility de Norman Foster (2003).
El artículo completo puede leerse en:
http://www.fosterandpartners.com/content/essays/Architecture and Sustainability.pdfTraducción: Berta Blasco y Jorge Cuní