© K. Jacobs
F. Ll. Wright supervisando el funcionamiento del suelo radiante en la casa Jacobs (1948).
Sólo hace cincuenta años las instalaciones se reducían a unos sanitarios sueltos en un local, una fregadera unos cuantos puntos de luz con cables trenzados, un conducto para evacuar humos y en algunos casos una instalación de calefacción con tubos vistos. Hoy el espacio habitable está limitado por cerramientos trufados de cables, paquetes de tubos y amplios conductos. Esas instalaciones que costaban un quince por ciento del presupuesto hoy se nos llevan del treinta al sesenta por ciento. Se contaba hace unos años una anécdota: una fuerte contrata de aeronaves bélicas se la había llevado la IBM en vez de la Boeing ¿cómo pudo ser? Simplemente se había sobrepasado el punto de equilibrio. Ya no era un avión con algo de electrónica, era un ordenador carenado para volar.
Eso está ocurriendo ante nuestros ojos sin que por el momento seamos capaces de reaccionar. Preferimos mirar para otro lado, seguir pensando que eso no es arquitectura. Sin embargo hace muchos años Louis Khan ya nos enseñó el camino: No me gustan los tubos y las cañerías. Realmente los odio por completo, pero a causa de esto, creo que se les debe dar su lugar. Si sólo los odiase y no tuviese cuidado creo que invadirían el edificio y lo destruirían totalmente.
Ignacio Paricio
Barcelona, 13 de junio de 2006