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¿Arquitectura “plástica”?

José Miguel de Prada Poole
prólogo
 La revolución de los "materiales plásticos" aún no ha llegado pero llegará. Será la única vía que permitirá que una arquitectura de calidad alcance hasta los últimos rincones del planeta de un modo barato, eficaz y diríamos que, paradójicamente, industrializado–personalizado.

El Palenque, Expo de Sevilla (1988). Autor: José Miguel de Prada Poole.

Casa Desmembrada (Vivienda por piezas), 1984.
Autor: José Miguel de Prada Poloe.

¿En que erramos los que, en los sesenta y comienzos de los setenta, vimos en el futuro desarrollo de los "materiales plásticos" la liberación de gran parte de las ataduras que tenían (y siguen teniendo) amordazado el diseño de la arquitectura, limitándolo a una tecnología y unos sistemas constructivos que aun habiendo sido enriquecidos por la irrupción del hormigón armado, seguían (y siguen siendo) herederos de prácticas más cercanas a Asiria y Caldea que a la época que entonces nos tocaba vivir? ¿Tal vez volvía a suceder algo como lo que aconteció con el acero?
Me explicaré: la arquitectura y los arquitectos parecemos en exceso lastrados por la tradición. A principios del siglo XIX irrumpió en la historia de la construcción, la incipiente industria del hierro. Primero fue la fundición, y posterior, y casi inmediatamente, la cadena ininterrumpida de los productos laminados. El mundo de la ingeniería vio al instante las posibilidades que ofrecía la técnica y, a partir de ese momento, comenzaron a extenderse de forma imparable estructuras y construcciones industriales de todo tipo que marcaron el siglo XIX con la firma y los nombres de los ingenieros. Mientras, la arquitectura seguía su curso, ajena y prácticamente de espaldas a todas estas innovaciones. Tuvieron que ser jardineros como Paxton o Loudon los que, con olfato e intuición geniales, llevaron inmediatamente a su terreno las innovaciones y técnicas más prometedoras de esta nueva industria. Así surgieron los grandes invernaderos del XIX, que llegaron a constituir, por derecho propio, los hitos más sobresalientes de la arquitectura de este periodo. Todavía hoy muchos historiadores de la disciplina pasan de puntillas sobre lo que conceptualmente encierran estas obras, cuya continuación histórica, en el mundo de la arquitectura, está aún por despegar .
Son todavía ladrillos, yeso, cemento y cal, acompañados por madera y algún otro material histórico, los que constituyen la masa fundamental de toda la construcción que cubre el planeta. El resto, en volumen y peso, apenas si llega a una ínfima parte de los anteriores.
¿Y qué decir con respecto a los diseños y sus correspondientes técnicas de puesta en obra? Pues que siguen siendo artesanales, adaptados a cada circunstancia y lugar, lentos, laboriosos, tediosos y exclusivos; que no es posible su comparación con ninguna de las otras industrias, las que realmente son merecedoras de tal nombre.
¿Tienen nuestros diseños y obras actuales algún parecido, aunque sea remoto, con la exhibición que hizo Paxton al diseñar y ejecutar el, además "reciclable", Crystal Palace de la Exposición Universal? (ˇEn 1851!).
Su primer boceto a mano fue realizado el 11 de junio de 1850. La propuesta de diseño se presentó un mes después, el 10 de julio. Entre el primer esbozo y la finalización completa de la obra transcurrieron sólo ocho meses, ˇde hace siglo y medio! A lo que habría que añadir el dato que más sorprende del edificio (destacado por todas las generaciones posteriores): sus 721.500 m² de superficie y 935.000 m³ de volumen. ¿Consecuencias del buen conocimiento de las posibilidades de dos nuevos materiales y técnicas como el hierro y el vidrio?
¿En qué nos equivocamos, pues, los que vimos el futuro potencial de los plásticos? Podríamos pensar que ha ocurrido algo parecido a lo acontecido con la implantación en la arquitectura del acero laminado, pues aparte de casos puntuales y en cierta medida tímidos, este material tardaría más de tres cuartos de siglo en afianzar su empleo en nuestra disciplina, limitándose desde entonces su utilización a la estructura y poco más. Si este fuera el caso, tendríamos que considerar que desde el comienzo de la difusión del plástico hasta ahora apenas se ha alcanzado el medio siglo.
¿Será que todavía no es tiempo?
No. Eso no es todo. Hagamos alguna consideración más.
Bajo la voz genérica de "acero" se halla un único material, el hierro, del que derivan, eso sí, múltiples variedades, que dependen de las adiciones y tratamientos a que será sometido durante el proceso que dará lugar al producto final. Por el contrario, la denominación genérica de "plásticos" (que referencia aquellos materiales orgánicos formado por macromoléculas de compuestos de carbono), comprende una variedad tan amplia, no sólo de familias químicas diferentes, sino de los derivados que se encuadran en cada familia, que hacen este caso radicalmente diferente al anterior. Así, los plásticos procedentes de macromoléculas lineales se suelen identificar bajo el nombre de termoplásticos, y los de macromoléculas reticulares se conocen como durímetros y elástómeros. A su vez cada una de estas denominaciones abarca materiales de lo más variado: polietilenos, poliestirenos, polipropilenos, polivinilos, polimetacrilatos, policarbonatos, poliésteres, melaminas de formaldehído, epoxis y resinas de varios tipos, siliconas, cloroprenos y neoprenos, politetrafloroetilenos, aramidas, etc., etc.
Ante este panorama, cabría expresar que tan perjudicial es la falta de oferta como el exceso y diversidad de ella: el gran número de materiales plásticos existentes, la capacidad y variedad de características que manifiestan, la facilidad que brindan para que se puedan obtener de ellos "cualidades a medida", la posibilidad de "hibridarlos" con otros materiales como la madera o el hierro, la facilidad para incrustar en su masa todo tipo de sensores… han generado una sensación de confusión y de dificultad para alcanzar un cierto conocimiento y manejo técnico de los polímeros sintéticos que ha obstaculizado su implantación en el campo de la arquitectura, muy dada ya de por sí a aferrarse a la tradición.
Bien es verdad, según argüirán algunos, que su uso, el de los plásticos, está muy extendido en la construcción: se ofertan variedad de tuberías y conducciones (polietilenos, PVC, polipropilenos...), aislantes (poliestirenos, poliuretanos...), protecciones transparentes (policarbonatos, metacrilatos...), impermeabilizaciones y sellados (siliconas, tejidos de poliéster, PVC, neoprenos), planchas rígidas y revestimientos (fenoplastos, resinas de formaldehído)..., pero no es a esto a lo que intentamos referirnos en esta introducción, sino a la conjunción integral que insinúan para dar lugar a un producto arquitectónico global. A un producto formalmente concebido, ejecutado, terminado y controlado en fábrica, a falta únicamente de su traslado y ensamble en la localización final, tal y como correspondería a una auténtica industria de la construcción arquitectónica digna de tal nombre.
No obstante, si miramos el panorama con un cierto optimismo, podríamos observar que, a pesar de todo, han ido produciéndose algunos destellos puntuales (que en cierta medida sugieren la historia seguida por el acero), como su uso en cubiertas de grandes luces, sobre todo tensadas o neumáticas, para estadios y espacios deportivos o públicos; o algunos otros, como el conceptualmente rompedor Olivetti Training Centre (Haslemere, Inglaterra) de Stirling, que sugieren que, a pesar de todo, algo se mueve aunque sea con dificultad. Pero la revolución de la que hablamos, la que sería necesaria para alcanzar una arquitectura de calidad, ligera y eficaz, la de la arquitectura salida directamente de fábrica en forma de modelos combinables de serie, la que debería presentar la calidad, garantía y el diseño de los automóviles actuales, o el de los autocares de los turistas de elite, o el de los vagones de los trenes de alta velocidad; esa que dependerá en gran medida de los plásticos, está aún pendiente.
La respuesta a la pregunta inicial sería pues, que en lo que nos equivocamos fue en el cuándo. Erramos en el pronóstico temporal adelantándonos a él. Es decir, si hubiéramos acertado ahora en la comparación histórica, sólo haría falta darle al proceso algo más de tiempo. Y añadir que también serán necesarios más cambios, algunos de los cuales significarán una transformación importante tanto en los paradigmas conceptuales de los arquitectos como en los productos industriales.
Y que si no lo hacemos los arquitectos lo harán otros, como sucedió con el acero.
Por tanto, esta revolución aún no ha llegado pero llegará. Será la única vía que permitirá que una arquitectura de calidad alcance hasta los últimos rincones del planeta de un modo barato, eficaz y diríamos que, paradójicamente, industrializado–personalizado. Al igual que está sucediendo, desde hace tiempo, con las ropas, prendas de vestido y el calzado.
Y quizás no falte tanto. Algunos estamos seguros de que los más jóvenes lo verán.

José Miguel de Prada Poole
Madrid, junio 2005