Hace ya tiempo del número nueve de Tectónica dedicado al acero, y si bien no podemos destacar que hayan sucedido grandes innovaciones en este periodo, sí que se aconsejaba la realización de este número para continuar profundizando en el uso de este material.
El acero tiene una historia vinculada a la arquitectura corta pero intensa. A pesar de que el hierro para uso industrial fue descubierto hacia el año 1500 a. C., en Medzamor, en las montañas armenias, no es hasta finales del siglo XIX cuando tiene una presencia significativa en la arquitectura, después de que en 1856, Sir Henry Bessemer hiciese posible la fabricación de acero en grandes cantidades. Su uso ha estado ligado en momentos concretos de la historia a la exigencia de una construcción rápida: en el Chicago que necesitaba reconstruirse tras el devastador incendio de 1871, o actualmente en las grandes metrópolis chinas que crecen a un ritmo vertiginoso. Además, para la ciudad consolidada, el acero como estructura ofrece un menor tamaño y al mismo tiempo una menor presencia que ayuda al aprovechamiento máximo de las superficies disponibles.
Y una tercera característica, ahora revalorizada, la de ser un material perfectamente reciclable. Desde años antes de las alertas sobre cambios climáticos, en algunos países carentes de recursos, se producía el acero a partir de material reciclado, y actualmente la recuperación del acero ya usado es una opción que comienza a tomarse muy en serio.
Por otro lado, estas dos situaciones de la intervención en lo consolidado y de la necesidad de una aceleración constructiva, dejan muy claro que las posibilidades de uso del acero son y seguirán siendo extremadamente amplias.
Pero si el acero es adecuado en estructuras convencionales, también lo es para situaciones excepcionales. No tenemos otro material que nos permita concepciones claras de edificios pensados para trabajar a tracción. Nuestra costumbre de usar las compresiones que la gravedad impone nos hace olvidar cómo el acero soporta esfuerzos que otros materiales ni sueñan. También son de acero las arquitecturas planteadas para poder montarse y desmontarse a voluntad y, por supuesto, las pensadas para moverse, como automóviles o como barcos.
El acero parecía destinado a ocupar una posición predominante como símbolo y proporción a través de las manos o de la cabeza de Mies y de la arquitectura de sus seguidores, pero los arquitectos y los ingenieros posteriores han demostrado que es posible atender al acero con ojos nuevos, y si no fuera por la necesidad de ocultarlo para protegerlo, mostraría también todo su potencial expresivo.
Sus posibilidades de unión permiten, a través de ligeros cambios, formas de trabajo distintas y optimizaciones nuevas que, unidas a las actuales posibilidades de cálculo de estructuras y de los programas de dibujo, llevan a soluciones extremadamente precisas, lo que unido a las posibilidades del corte, facilitan formas arquitectónicas complejas no sólo en la envolvente sino también en la estructura que lo sostiene. El acero hace fácil construcciones arriesgadas, y también facilita las menos complicadas.
Este análisis del acero se suma al del número nueve, poniendo el acento en las estructuras apiladas a través del artículo y de los proyectos, y seguro tendrá continuidad en otro u otros números de Tectónica porque es un material que ofrece un potencial inagotable para el desarrollo de nuevas soluciones arquitectónicas.