Si bien desde muy antiguo existen cubiertas planas para protegerse del sol en culturas con climas muy secos, que adelantan conceptos como los de la ventilación natural o el aprovechamiento del agua de lluvia, no es hasta comienzos de este siglo cuando aparece esta solución en climas húmedos, asociada a un desarrollo tecnológico que lo permite y aplicada, inicialmente, a edificios industriales.
La cubierta plana ha sido uno de los puntos básicos de los postulados de Le Corbusier para una nueva arquitectura: al ser horizontal, la cubierta puede usarse como terraza, como jardín o como estanque, para capturar así esos placeres esenciales que son el sol, el espacio y la vegetación. Incluso cuando no estaban aún absolutamente resueltos los problemas técnicos derivados de ella, los pioneros de la arquitectura moderna defendían su utilización –muchas veces haciendo caso omiso de las protestas de sus clientes ante las patentes deficiencias del uso de un sistema poco experimentado y desarrollado–, convencidos de que ése, y no otro, era el camino de la arquitectura.
Sobre la cubierta plana puede ocurrir cualquier suceso, al igual que sobre las cubiertas de los transatlánticos –paradigma de la construcción industrializada–; en ella pueden situarse piscinas (casa Rice de Richard Neutra), jardines (La Tourette, de Le Corbusier), plazas (Galería Nacional de Berlín, de Mies van de Rohe), circulación de automóviles (pista de pruebas de la Fíat en el L-difirid Lingotto, del ingeniero Matté Trueco); sobre la terraza surgen las chimeneas y lucemarios que antes atravesaban las cubiertas de faldones, y además, toda una serie de máquinas y pequeñas construcciones que se formalizan como pequeños edificios (Unité dHabitation de Marsella, de Le Corbusier).
Al mismo tiempo que se teorizaba sobre su uso, la cubierta plana pasaba a ser considerada como un plano más, lo que suponía un cambio radical en la concepción del edificio en el que hasta entonces la cubierta jugaba un papel volumétrico. En esta transformación ha sido esencial el desarrollo de los nuevos materiales impermeabilizantes que consiguen la estanqueidad necesaria en una cubierta plana y que, además, han aportado otros sistemas de unión al clásico solape de las piezas de protección de la cubierta inclinada, lo que permite la reducción de la pendiente del tejado. Al bajar la inclinación, ya no es necesario realizar una estructura distinta a la del resto de las plantas; la comisa, ese punto gordo en donde se encuentra el limite del cerramiento con la estructura de la cubierta y la evacuación de las aguas, ya no tiene significado. El uso de la comisa carece, a partir de ese momento, de justificación, y el remate, vinculado ahora a las protecciones o defensas que pueda tener la terraza, cobra una importancia paradójica en la nueva imagen de la arquitectura: se aligera la fachada con el aumento de sus huecos, gracias a la implantación de una nueva estructura porticada, pero también porque el remate queda menos preciso y, por supuesto, menos pesado.
Tras el establecimiento, hacia los años cuarenta, de la sección tipo de la cubierta plana, su uso se ha hecho habitual, llegando a adaptarse a soluciones inclinadas –dando lugar a expresivas y escultóricas construcciones– y también permitiendo el desarrollo de las llamadas "arquitecturas alternativas", que aprovechan los beneficios del terreno hundiéndose en él o que buscan la protección que una cubierta vegetal o inundada proporciona.
Es evidente que la cubierta plana ha transformado la fisonomía de la ciudad de este siglo y que, tras cien años de evolución y desarrollo, era lógico pensar en esta solución –con la aportación de usos que supone– como la imagen preferida, no sólo por arquitectos y constructores, sino también por los usuarios, para la construcción del siglo venidero, pero existen en el subconsciente colectivo relaciones que no son fáciles de transformar, y asi, la imagen de protección, de refugio, de hogar y, por extensión, de arquitectura, sigue, en el viejo mundo, asociada a la cubierta inclinada: en una reciente exposición de Terragni se le pidió a numerosos grupos de niños que realizasen un dibujo recordando la muestra. Asombrosamente muchos de esos dibujos incorporaban una cubierta inclinada.