El hueco ocupa el límite entre el exterior y el interior, allí donde el muro se debilita para conseguir iluminar y ventilar. Del hueco se ha llegado a decir que es el elemento más importante dentro de un edificio, y sin duda su adecuada formulación, colocación y composición son fundamentales en cualquier arquitectura.
Los avances en la construcción han ido marcando su camino en la historia al desarrollar elementos característicos de cada periodo histórico.
El románico con sus pequeños huecos rasgados, abiertos con tremendo esfuerzo en el muro macizo; el colorido baño de luz del gótico, expresión de la euforia por el dominio de las tensiones de la estructura; la rica composición de la fachada del barroco, centrada en gran medida en la decoración en torno al vano; o los nuevos huecos del siglo XX, ajenos a las exigencias del muro portante, son las primeras imágenes que tenemos cuando pensamos en la evolución de este elemento.
En el hueco se han concetrado los mayores esfuerzos técnicos y artísticos; no en vano en su entorno se generaron algunas de las situaciones más singulares del edificio que dieron lugar a elementos muy concretos: el dintel o el arco aportaron su esfuerzo estructural y permitieron vaciar el muro, ocasionando un amplio repertorio de soluciones formales a lo largo de los siglos. Las jambas o el umbral, que han estado marcados por su papel de apoyo de los dinteles, ha sido la zona más cuidada del muro ya que tenía que permitir el cierre de la carpintería y por lo tanto exigía una buena calidad de la fábrica, lo que se aprovechó para concentrar buena parte de la decoración de fachada. El alféizar, que derivó en soluciones singulares que permitían alejar el agua, de la misma forma que en algunos casos aparecían protecciones en la parte superior del hueco –vierteaguas, capirotes, guardapolvos...–.
Por otro lado la carpintería, siempre de madera hasta la incorporación del acero, o los sistemas de protección, persianas y contraventanas, también han evolucionado aunque de manera menos radical dado lo simple de sus mecanismos. Pero todo este panorama cambia y se hace más complejo con la transformación de las maneras constructivas de este siglo: el cerramiento se divide en capas, separando la función portante y la envolvente, por lo que la libertad de composición y dimensiones del hueco se hace casi absoluta; se investiga en torno a los nuevos materiales aplicados en carpinterías: del acero se pasa al aluminio, al acero inoxidable o al PVC, aunque la madera sigue ofreciendo unas características específicas que la hacen insustituible. Las investigaciones en la industria química dan como fruto nuevos materiales sellantes, que garantizan una mayor estanqueidad, y la incorporación de las poliamidas. El vidrio, que permite que a través del hueco se produzca no sólo la ventilación sino también la iluminación, se ha desarrollado consiguiendo mayores dimensiones, más variedad en el control de la luz, un aumento de la seguridad y unas protecciones térmicas cada vez mayores.
Los sistemas de climatización han aliviado, en parte, al hueco de una de sus responsabilidades fundamentales: la ventilación, vinculándolo más con la composición de la fachada que con las necesidades interiores.
Con todas estas consideraciones podemos llegar a la conclusión de que el hueco no ha variado tanto, sigue siendo el elemento que pone en relación el interior y el exterior y debe estar al servicio del usuario de la arquitectura para que esta relación sea garantía de confort. Conocer la técnica constructiva es sólo dominar el instrumento para que el fin sea posible.